Márchate si
quieres.
Esta vez no voy a impedir que corras en otra dirección.
Ahora yo
también sé lo que significa no pertenecer a este mundo,
que no haya un lugar en
la tierra que puedas reconocer como tu hogar.
Vete, pero
hazlo sin hacer ruido.
Que yo también tengo una orquesta dentro dispuesta a
armar jaleo
y, sin embargo, me paso la vida apaciguándola.
He llegado, incluso,
a convertir la algarabía en música para amansar a las fieras. Y así es como
consigo amansarme a mí misma.
Vete sin
tormentas.
Que yo también sé lo que es la furia
y sé lo que asustan los rayos y
los truenos;
podría hacer temblar el suelo bajo tus pies
y, por el contrario,
he aprendido a congraciarme con las noches de lluvia
y ahora me resultan
inspiradoras tras los cristales de mi habitación.
Vete. Sin más.
Que el movimiento se demuestra andando
y el camino aún está por recorrer.
Ojalá alcances ese rincón incierto al que te diriges,
allí donde no se contemplan horizontes que puedas convertir en metas logradas.
Y vete con
dignidad, si puedes.
Porque hasta para marcharse, hay que saber irse.