He
intentado buscar una palabra para definirte y ningún diccionario es capaz de
decir todo lo que eres…
Aquella
que me abrigaba cuando yo aún no sabía lo que era la vida, y la que me sigue
diciendo “cuídate”. A través de mis ojos de niña, la mujer capaz de solucionarlo
todo; hoy, la que sigue teniendo un remedio para cualquier cosa.
La que
mejor abraza, la que mejor cocina, la que es capaz de sacar una sonrisa en
cualquier circunstancia, la que todo lo encuentra, la que sabe alcanzar o hacer lo que se proponga, la que no tiene miedo (y si lo tiene no lo
demuestra), la que estaría dispuesta a atravesar el mundo solo por ti, la que
no se rinde ni se da por vencida, la que no se cansa de luchar, la más
trabajadora, la que sigue sorteando obstáculos. Y muchísimo más.
La que, por muchos años que
pasen, seguirá sin querer que te roce el aire por si acaso te duele. La que es
un ejemplo a seguir y da lecciones de vida a cada momento, sin proponérselo.
En
ocasiones pueden sacarnos de quicio, pero siempre se mostrarán orgullosas,
honestas, leales. El apoyo incondicional; incluso cuando no escuchamos su
consejo… Y si lo que tenía que salir bien sale bien, bastará una mirada cómplice
para entender que la felicidad es compartida (y no la habrá más sincera); y si
sale mal, la mano que nos ayudará a levantarnos de la caída, las manos que recompondrán
los pedazos que se rompieron hasta volver a ser los que éramos, los que tenemos
que ser, los que queremos ser.
El
origen de todo, de la vida, de nuestra vida. Ellas. Las madres. Los faros que
nunca se apagan para que así nosotros hallemos el camino por el que tenemos que
ir.
Ella. Mamá. A la que le debo tanto que no me
cabe en una sola vida…
A la
que siempre podré volver. De la que nunca me iré del todo.
P.D. Y
ella, también, mi columpio…
“Tú
eres el otro sol, el que más hace falta, tú eres un salvavidas y a la vez eres
el agua”.